domingo, 9 de agosto de 2009

Crónicas Búlgaras 6/6

Crónicas Búlgaras
Parte 6/6
Por: Geraldina González de la Vega

Se acabaron las vacaciones. Pasa, es inevitable. Ayer leía un post de un blog que reclamaba a quienes regresaban de las vacaciones la leyenda “de vuelta a la realidad”, la chica del arenero dice: “Como si estar de turista en algún paraíso remoto, en compañía de seres queridos, ingiriendo alguna bebida exótica no fuera la realidad... Como si leer libros fantásticos o ver películas clásicas, una tras otra, para después discutirlas y recrearlas con los mejores amigos interminablemente sin una sola preocupación no fuera la realidad...” Efectivamente, nada más real que ese despertar en el cuarto de hotel del último día de vacaciones, preparado para absorver al máximo y, como dice mi papá, llenarte los ojos de ello. Nos levantamos y entre sorbos rápidos de café empacamos las últimas cosas, salíamos rumbo a Sofia para dormir allá la última noche y volar al otro día hacia Düsseldorf, el aeropuerto más cercano a mi querida aldea Aachen. Porque claro, para unos despistados, parecidos a los que preguntaron que a qué voy a Bulgaria, Düsseldorf y Aachen son casi granjas vacunas. Pero esa es otra historia.
Salimos pues con rumbo definido, manejaríamos directo hasta Plovidiv, con las paradas momentáneas para estirar las piernas y demás necesidades básicas, para llegar allá a comer y dar una vuelta. Llegamos a perfecta hora a la ciudad, entrando percibimos todos un olor a diesel terríble, primero pensamos que provenía del escape del cochecito de enfrente, un Lara viejito, de origen soviético. Pero después nos dimos cuenta que no era él, era la ciudad en general, claro es que después de la pureza del aire de mar, no hay nada más terríble que llegar al tráfico de una ciudad, Plovdiv es la segunda ciudad más grande de Bulgaria. Atinadamente Thomas comentó, bueno, así huele la Ciudad de México también. Cierto.



Entramos y lo primero que vimos fué el puente que divide a Haemos (la cordillera de los Balcanes) y Rodópe y que pasa por encima del río Marica (Evro). Seguido pasamos por un puente, dos veces, la primera no lo distinguimos, pero la segunda sí, se trataba de algunas columnas de un teatro romano.




Plovdiv había sido fundada por nada menos que Philipo de Macedonia, el papá de Alejandro Magno y la llamó Philipópolis. Siglos más tarde Plovdiv fué escenario del renacimiento búlgaro, por ello parte del atractivo se encuentra en las casas del siglo XIX que aún se conservan y desde las cuales se planeaba, o soñaba, la liberación de Bulgaria de manos de los Otomanos. En su mayoría estas casas fueron habitadas por los burgueses de la Ciudad y recorrer las calles Canko Lavrenov o Saborna dan una muy buena idea de su belleza. El ayuntamiento de la Ciudad ha tenido que declararlas patrimonio cultural para protegerlas, pues su mantenimiento es caro y estaban casi destinadas a la ruina. La avda. Alexander Batenberg (el primer rey de la Bulgaria liberada) es peatonal y está flanqueada por casas antiguas muy bien conservadas.





Al final de la Avda. peatonal de Batenberg se conserva otro horroroso monumento a la "arquitectura" comunista, el Palacio de Correos, alado del cual se encuentra la oficina de información de la ciudad. Entré y no acababa de disfrutar el aire acondicionado que allí tenían cuando una chica inmediatamente me abordó, "can I help you?" y le pregunté, totalmente despistada, dónde había un buzón, pues llevaba una semana con mis postales de Nesebar en la bolsa sin encontrar uno (otro parecido entre México y Bulgaria, la imposibilidad de comprar timbres postales y enviar correo). Ella se rió y me indicó que el enorme edificio ese, era el correo. Para seguir disfrutando del aire acondicionado, mientras mi familia afuera se calcinaba, le pregunté cuál era el camino hacia el teatro romano. Amabilísima y nerviosa me explicó todo, me regaló un mapa y al final me preguntó de qué país venía "from México? wow! that´s far far away!". Salí y me encontré que a un lado del edificio había un poste con letreros sobre direcciones, eran tantas que me acerqué, se trataba de ciudades y la distancia entre Plovdiv y ellas. No sé cuál fué el criterio para elegir cada una, asumo que son ciudades hermanas de Plovdiv:




Después si se sube por Saborna, se llega a la Iglesia de la Santa Virgen y de allí hacia arriba se pueden ver varias de las casas antigüas, todas de madera, suspendidas con refuerzos del mismo material, pintadas de colores. Una casa que se nos escondió y que siento mucho no haber podido ver es la Kujumdzioglu, que me han contado después, es de las más bellas, por los adornos de su fachada.


Subiendo por una calle empedrada difícil y empinada se llega al teatro romano, imponente. Se celebraba un concurso de algo entre varios países de la región, pudimos distinguir apenas las banderas de Rusia y Georgia, así como de la Unión Europea y por supuesto, la búlgara. Por ello, suponemos, estaba cerrada la reja de entrada, pero no impidió que nos asomaramos a disfrutar de esa construcción que data del siglo II d.C. Tras del escenario se podía apreciar la ciudad de Plovdiv y detrás, guardianas, las montañas Rodópe, quienes junto con las de Rila y la cordillera balcánica sostienen la tierra búlgara.









Bajamos rumbo al auto, en una placita donde se encuentra la Mezquita Dzhumaya, la más grande y antigüa de Bulgaria. Allí comimos ligero, claro, Shopska salat, champignones rellenos de sirene, berenjenas fritas con salsa de yogurt y eneldo y un par de Kyufte, que son como tortitas de carne molida con cebolla. Ya satisfechos y después de un buen café, emprendimos nuestro rumbo hacia la capital, pues todavía nos hacía falta comprar algunas piezas de cerámica de barro pintada, muy típica del país. Se hacen desde pequeñas ollas (donde se cocina el Gyuveche por ejemplo) hasta platos, tazas, bols, campanitas, etc. En los pasadizos entre la plaza del Palacio Presidencial y el edificio del Partido se vende todo tipo de souvenirs, los más bellos, para mi gusto, son la cerámica y los bordados. Los bordados búlgaros son en su forma y sus diseños verdaderamente muy parecidos a los mexicanos, los trajes típicos son de lana, y aunque usan falda sobre falda y abrigo sobre abrigo, las figuras que se bordan son muy parecidas, flores, grecas, aves. Los manteles de bolillo, los deshilados y otros bordados tanto para manteles y carpetitas, así como para la ropa, llegan a precios impagables, pero que se ve que tienen un trabajo de días, y que bien lo valen. Otra pieza artesanal que se consigue en Bulgaria son los íconos, pintados en madera y algunos con realzado de láminas de metal. Se encuentran de todos los tipos y calidades. En Nesebar encontramos un negocio-museo donde una mujer exhibía su trabajo, verdaderamente hermoso, así mismo se encuentran a la venta en las iglesias y mercadillos. El patrón de Bulgaria es Sveti Georg o San Jorge, (ajá, el mismo San Jordi de Barcelona o Sankt Georg de Eisenach)











Es verdaderamente impresionante la infinidad de maravillas que se encuentran en Bulgaria. La sorpresa que nos llevamos todos con este viaje, se deja leer en esta crónica, Bulgaria es un país hermoso, con una gran diversidad de atractivos, hospitalario, con gente buena, ciudades y centros turísticos a los que nada le falta. Leía antes de mi viaje a Gerald Knaus, un viajero que escribió una monografía sobre el país en 1997, en su prólogo advertía que Bulgaria era una tierra aislada, desafortunadamente en 2009, lo sigue siendo. Me alegró leer en el Sofia Echo, un diario en inglés, que su nuevo primer ministro, Boyko Borisov ha asumido el cargo con vistas de colocar a Bulgaria en el mapa, limpiándola de la corrupción y fomentando el turismo.

Por lo pronto, los invito a descubrirla, no se van a arrepentir.

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