René González de la Vega (filósofo) Yo, tú y la tropa 18 de julio de 2011 |
Teniendo en cuenta que:
La madre del pensamiento racional es la duda. El no tener completa certeza de estar en lo correcto. La posibilidad de estar equivocados. En la mente de un individuo racional el escepticismo siempre ocupa un lugar importante: escepticismo frente a lo sostenido y escepticismo frente a lo que sostienen los demás. Dudar es parte de un ejercicio de renovación y crecimiento. Nos brinda la oportunidad de revisar el argumento, la idea, la tesis sostenida. Nos ayuda a rechazar los puntos finales y adoptar los suspensivos. Toda tesis, todo ideal y toda proposición están perenemente bajo el escrutinio de la duda. Están, por decirlo de algún modo, entrecomilladas. Quien cree en la razón cree en el derecho a equivocarse. En la posibilidad de retroceder, verificar y corregir. El sujeto racional es dueño de sus pensamientos, de sus ideas y de sus argumentos. Por eso puede manipularlos, corregirlos o modificarlos. Sabe que no escribe en pierda ni que tiene la última palabra.
El fanático cree que sus ideales y sus convicciones son inamovibles. No necesita que sean revisadas ni criticadas. Es alguien que, como regla, deshecha la posibilidad de que las ideas que sostiene sean falibles. Su postura es de fidelidad ciega. Caer en la tentación de revisarlas equivale a corromperlas. Quien no sostiene hasta la muerte lo que dice o es un cobarde o un corrupto. Para ellos, el apego acrítico a ciertos cánones es signo de integridad y consolidación. Acá hay un rasgo digno de observar, no cree que sea posible cambiarlas o modificarlas porque no le pertenecen. Son ideales o verdades extranjeras a su mente. Las ve como verdades que están fuera del alcance de la mano de cualquier mortal. Aceptar que se pueden cambiar, rechazar o modificar sería tanto como aceptar que no existe un "orden natural de las cosas".
Me parece más que obvio que únicamente la primera postura juega un papel importante dentro de la democracia. Es más, no sólo su papel es importante sino que la actitud que profesa frente al conocimiento y al debate es una condición necesaria para la misma. La democracia surge a partir de la duda y de la reflexión. Es un antídoto contra los fundamentalismos. Contra las certezas absolutas. En la democracia se delibera y se llega a acuerdos conjuntos. Se decide lo que le parece más razonable a todos. Repito: a todos. Siempre con la cláusula de poder corregir lo decidido, de modificar lo acordado y reformar lo positivado. Por definición, el fanático es enemigo de la democracia. Para el fanático ideológico no existen las instituciones ni los acuerdos. No existen los reclamos sociales ni los intereses particulares. Sólo existen sus ideales inamovibles y los medios para conseguirlos.
No hay peor enemigo de la democracia que el pensamiento acrítico y dogmático del fanático ideológico. Uno de los peligros del fanatismo radica en que quien lo profesa hace una lectura de la realidad partiendo de su postura ideológica. Resume ésta en aquella. Esto termina invariablemente en una simplificación absurda de los hechos y de los intereses sociales. Somete la compleja realidad a una explicación simplista e inservible. La fórmula seguida por ellos es la de dicotomías maniqueas que no llevan a nada: bien/mal, amigo/enemigo, ciudadano/gobernante, delincuente/inocente.
Pienso que:
Con esto en la cabeza, no me sorprende que el fallo de nuestra Suprema Corte haya sido rechazado por SEDENA ni que dicho rechazo haya sido ratificado implícitamente por el Presidente (quien desde hace unos días es Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas y vela por la tropa y no por los ciudadanos). En las democracias siempre hay tiempos para todo: para crear, debatir, construir y solucionar. El de hoy es el de oponerse firmemente. Debemos oponernos sin debilidades ni fronteras a que el fanatismo ideológico se apodere de nuestras instituciones. Debemos oponernos a una simplificación maniquea del complejo problema que enfrentamos. Debemos oponernos a que un puñado de personas considere que las personas que están a tres escritorios a la redonda de ellos sean los que emiten el pensamiento ciudadano.
Concluyo que:
Si no nos oponemos hoy, mañana no habrá más a qué oponerse.
gonzalezdelavega@yahoo.com
La madre del pensamiento racional es la duda. El no tener completa certeza de estar en lo correcto. La posibilidad de estar equivocados. En la mente de un individuo racional el escepticismo siempre ocupa un lugar importante: escepticismo frente a lo sostenido y escepticismo frente a lo que sostienen los demás. Dudar es parte de un ejercicio de renovación y crecimiento. Nos brinda la oportunidad de revisar el argumento, la idea, la tesis sostenida. Nos ayuda a rechazar los puntos finales y adoptar los suspensivos. Toda tesis, todo ideal y toda proposición están perenemente bajo el escrutinio de la duda. Están, por decirlo de algún modo, entrecomilladas. Quien cree en la razón cree en el derecho a equivocarse. En la posibilidad de retroceder, verificar y corregir. El sujeto racional es dueño de sus pensamientos, de sus ideas y de sus argumentos. Por eso puede manipularlos, corregirlos o modificarlos. Sabe que no escribe en pierda ni que tiene la última palabra.
El fanático cree que sus ideales y sus convicciones son inamovibles. No necesita que sean revisadas ni criticadas. Es alguien que, como regla, deshecha la posibilidad de que las ideas que sostiene sean falibles. Su postura es de fidelidad ciega. Caer en la tentación de revisarlas equivale a corromperlas. Quien no sostiene hasta la muerte lo que dice o es un cobarde o un corrupto. Para ellos, el apego acrítico a ciertos cánones es signo de integridad y consolidación. Acá hay un rasgo digno de observar, no cree que sea posible cambiarlas o modificarlas porque no le pertenecen. Son ideales o verdades extranjeras a su mente. Las ve como verdades que están fuera del alcance de la mano de cualquier mortal. Aceptar que se pueden cambiar, rechazar o modificar sería tanto como aceptar que no existe un "orden natural de las cosas".
Me parece más que obvio que únicamente la primera postura juega un papel importante dentro de la democracia. Es más, no sólo su papel es importante sino que la actitud que profesa frente al conocimiento y al debate es una condición necesaria para la misma. La democracia surge a partir de la duda y de la reflexión. Es un antídoto contra los fundamentalismos. Contra las certezas absolutas. En la democracia se delibera y se llega a acuerdos conjuntos. Se decide lo que le parece más razonable a todos. Repito: a todos. Siempre con la cláusula de poder corregir lo decidido, de modificar lo acordado y reformar lo positivado. Por definición, el fanático es enemigo de la democracia. Para el fanático ideológico no existen las instituciones ni los acuerdos. No existen los reclamos sociales ni los intereses particulares. Sólo existen sus ideales inamovibles y los medios para conseguirlos.
No hay peor enemigo de la democracia que el pensamiento acrítico y dogmático del fanático ideológico. Uno de los peligros del fanatismo radica en que quien lo profesa hace una lectura de la realidad partiendo de su postura ideológica. Resume ésta en aquella. Esto termina invariablemente en una simplificación absurda de los hechos y de los intereses sociales. Somete la compleja realidad a una explicación simplista e inservible. La fórmula seguida por ellos es la de dicotomías maniqueas que no llevan a nada: bien/mal, amigo/enemigo, ciudadano/gobernante, delincuente/inocente.
Pienso que:
Con esto en la cabeza, no me sorprende que el fallo de nuestra Suprema Corte haya sido rechazado por SEDENA ni que dicho rechazo haya sido ratificado implícitamente por el Presidente (quien desde hace unos días es Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas y vela por la tropa y no por los ciudadanos). En las democracias siempre hay tiempos para todo: para crear, debatir, construir y solucionar. El de hoy es el de oponerse firmemente. Debemos oponernos sin debilidades ni fronteras a que el fanatismo ideológico se apodere de nuestras instituciones. Debemos oponernos a una simplificación maniquea del complejo problema que enfrentamos. Debemos oponernos a que un puñado de personas considere que las personas que están a tres escritorios a la redonda de ellos sean los que emiten el pensamiento ciudadano.
Concluyo que:
Si no nos oponemos hoy, mañana no habrá más a qué oponerse.
gonzalezdelavega@yahoo.com
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