martes, 18 de octubre de 2011

Gera's Place vestida de rosa #novayanapensarotracosa




El Día Mundial del Cáncer de Mama es el 19 de octubre. En este día se insiste en que un diagnóstico a tiempo es la mejor solución para las pacientes, porque según la Organización Mundial de la Salud (OMS), cada 30 segundos en algún lugar del mundo se diagnostica un cáncer de mama. Las campañas de detección precoz, los programas de mamografías y el progresivo envejecimiento de la población tienen mucho que ver con ello.
La información viene de Reportajes.org











La Historia de Piedad es un cuento corto que escribí para el Blog Praefixus: Mórtem. Trata en cierta medida sobre la concientización para comabatir el cáncer de mama y los tabúes de una sociedad conservadora:

PIEDAD


Piedad, como todas sus amigas de "La Miguel", soñaba con ir al Rum, al Millenio y a todos los lugares donde se juntaban las chicas populares de Campeche.
Mientras caminaba rumbo a casa, venía con la mente distraída pensando en "Calín" Buenfil, el hijo de los vecinos de su abuela Aidaelena. Como siempre, Piedad llevaba el paso firme para no llegar ni un minuto tarde a casa, pues su madre le contaba el tiempo con un cronómetro. Almalicia oía la campana de "La Miguel" desde el zaguán de su casa que dejaba abierto toda la mañana para que refrescara, la brisa del mar y el olor a sal le gustaban y le hacían buena compañía mientras rezaba el rosario como todas las mañanas de su vida. Mientras sobaba cada perla del rosario de caoba que había heredado de su abuela, Almalicia oía cómo las olas del mar se estrellaban en el malecón, justo enfrente de su casa en la Calle 10. El crucifijo colgaba sobre su falda, gris oscura, y bailaba de misterio en misterio.
Piedad apretaba el paso pues se había distraído recogiendo un panfletillo que estaba tirado en el piso, le llamó la atención el título "Esto es cosa de mujeres", tomó el papelito, lo dobló y lo guardó entre su blusa y su falda. Siguió caminando a paso más veloz, tanto que ya no tuvo tiempo de pensar más en Calín y en el fin de semana que pasarían todos los de la clase en Acapulquito. Piedad cruzó la calle 12 y dobló a la derecha sobre la 10, unas cuadras más y estaría en casa justo a tiempo. Almalicia ya había preparado la comida y la esperaba sentada frente al zaguán que daba hacia la parte trasera de la casa. Cuando el cronómetro marcó el momento, se abrió aquélla puerta de madera y justo a tiempo, Piedad entró.
Almalicia le dijo "bien hija, puedo seguir confiando en que regreses sola de la escuela, ni un segundo tarde. Es malo que distraigas tu alma con las cosas mundanas, Dios no te perdonaría si lo olvidaras un segundo. Ven, vamos que la comida está lista." Almalicia se sentó en la mesa, tomó la servilleta de tela que estaba doblada a un lado del plato y la estiró con un ademán de la mano derecha, después, la colocó muy lentamente sobre su regazo. Sirvió agua en su vaso y como Piedad no venía, comenzó a golpear el delgado vidrio con el cuchillo. "¡Piedad! pero ¿¡qué haces?! tengo hambre y tú bobeando seguramente, no distraigas tu alma y apúrate con la sopa".
Piedad le respondió "Si, madre. Perdón." Y terminó de servir la sopa en los dos platos y los llevó a la mesa. Rezaron "El Credo" y un "Gloria" antes de empezar a comer. Comieron en silencio. Como siempre. Almalicia no se movió de la mesa. Piedad sirvió y recogió, lavó y guardó todo. Mientras su madre, inmóvil, rezaba de nuevo con ambas manos apoyadas sobre la frente y el rosario bien apretado en la derecha. Las puertas de madera estaban cerradas, pero la brisa del mar podía entrar por las rendijas superiores de éstas.
Piedad se disculpó para retirarse a su habitación a estudiar. Su madre le dijo que sí con la cabeza y no la volteó a ver. No necesitaba recordarle la rutina diaria, pues como todos los días de la vida de Piedad al 10 para las siete se irían a la misa en la Iglesia de San José.
Piedad entró a su cuarto y ábrió las ventanas de madera que daban a Calle 10, dejando, como siempre, cerradas las rejas que la protegían de los "males de la calle". Hacía mucho calor, y Piedad hubiera dado lo que fuera por salir a correr por el malecón con sus compañeras de la escuela. Amigas, no tenía ninguna. "Dios es y debe ser tu único amigo" le decía su mamá cuando Piedad se atrevía a pedir permiso de ir al cine o a cenar unos sincronizados a San Francisco.
Se acostó en su cama apoyando la cabeza sobre sus brazos y cerró los ojos, sintió como la brisa entraba por la ventana y como le rozaba la piel. En ese momento se acordó del panfletillo que recogió en la calle, a unas cuadras de la clínica. Piedad se paró de un salto y salió de su cuarto, su madre seguía inmóvil en la mesa del comedor, en la misma posición. Piedad se metió al cuarto de baño, cerró la puerta y sacó el panfletillo de entre sus ropas. Éste decía:

"Esto es cosa de mujeres, el riesgo de contraer cáncer de mama se incrementa con la edad, pero el cáncer de mama tiende a ser más agresivo cuando ocurre en mujeres jóvenes. Por eso es importante que te autoexamines. La forma más común de cáncer en las mujeres, es el cáncer de mama. A través del autoexamen podrás detectarlo a tiempo y recibir un tratamiento adecuado. Intenta hacerlo una vez al mes. Instrucciones para el autoexamen:..."

Piedad siguió leyendo el folleto que contenía informaciones y datos valiosos acerca de una enfermedad que sabía ella, era seria. Ya había matado a su abuela Alma y que probablemente mataría a su madre si no se dejara examinar pronto por un médico. Esa bola que tenía en el seno izquierdo no era normal, podía verla a través de esas blusas completamente cerradas. Piedad dejó el folleto sobre la tapa del excusado y desabotonó su blusa, se paró frente al espejo y se desenganchó el brassiere, comenzó a autoexaminarse.
En ese momento se oyó un portazo, entró Almalicia en el baño, Piedad brincó hacia la regadera y se tapó el pecho con ambos brazos, el brassiere desacomodado, tapaba su barbilla y la blusa estaba abierta hacia ambos lados de su cuerpo.
Su madre la vió con ojos de fuego, miró hacia todos lados "¿¡Qué hacías hija del diablo!?".
Piedad señaló con su dedo tembloroso el folleto que estaba sobre el excusado, éste estaba abierto en la explicación con dibujos sobre cómo hacer el autoexamen.
"¡Lo sabía, lo sabía, desde el momento en que naciste, supe que eras hija del diablo, supe que me condenarías al infierno, que las llamas del mal me quemarían el alma por ser tu madre, desde que tu padre, el maldito, se aprovechó de mi en la noche de pintadera en ese inmundo estacionamiento público, desde entonces traía él la máscara del diablo, lo supe, lo supe siempre, maldita, pero te voy a enseñar el camino correcto, el camino de Dios y de María santísima, por el que tendrás que caminar recta toda tu vida, ángel caído, ven acá!".
Almalicia jalaba por la trenza a Piedad y la golpeaba en la cara, en la espalda, en la cabeza con las manos y con el rosario, Piedad intentaba protegerse tapándose con los brazos los golpes, y con los pechos al aire. El crucifijo que colgaba del rosario le había golpeado varias veces en la cara haciéndole unos rasguños que sangraban un poco.
Almalicia condujo a Piedad a golpes hasta el patio, ahí, en el lavadero lleno de agua con jabón, le sumergió la cabeza, "¡eres una cerda!, ¡hija del diablo!, ¡tocándote el pecho!, Pero ¿¡Cómo te atreves?", mientras, seguía golpeándola y sumergiéndo la cabeza de Piedad en la pila una y otra vez. Cada vez que lograba sacar la cabeza, Piedad no podía casi coger aire.
Su madre mientras gritaba "Dios nuestro Señor, la voy a reformar, voy a hacer que su alma pertenezca a tí, voy a hacerla digna del Reino de los Cielos, perdónala por favor!"
"Por la Señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos líbranos, Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo."
"Padre nuestro, que estás en los cielos..."
Y la sumergía de nuevo, a golpes. Piedad, entre el ardor del jabón en sus ojos, en la nariz y en la boca, el dolor de los golpes y la humillación, seguía luchando por jalar aire cada vez que lograba sacar la cabeza del agua, su madre la recibía con otro golpe y seguía "Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor..."
Almalicia seguía golpeando a Piedad, la fuerza del rezo la hizo olvidar que su hija necesitaba aire para vivir, derrepente el cuerpo de Piedad ya no ponía resistencia, su cabeza estaba impasible dentro de la pila llena de agua, su pecho desnudo yacía recargado en ella, sus piernas colgaban de su cuerpo como dos guiñapos que acababan en un par de zapatones negros. Sus brazos se desprendieron del lavadero hacia los lados de su cuerpo abatido. El agua hacía olas blancas, como las del mar, apacibles y tersas, después de aquella violencia ácuea entre el pelo oscuro trenzado de Piedad, el rosario de caoba y las pompas de jabón que acontecían violentamente y que le secuestraban el aire.
"...sólo tú Altísimo Jesucristo, con el Espíritu Santo en la gloria de Dios Padre. Amén"
En ese momento Almalicia se dió cuenta de que Piedad ya no se resistía, y no se movía, tiró de la trenza y vió la cara mansa de Piedad con los ojos cerrados, llena de jabón.
"¿Por qué Señor?
¿Por qué te la llevas a ella y no a mi, si mi alma es tuya?"

Escrito por: Geraldina González de la Vega

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