martes, 9 de junio de 2009

Gera´s Place en el Reforma

La nota original fué esta:

La semana pasada arrancó con gran fuerza la campaña para anular el voto por parte de ciudadanos, editorialistas y, sí, también de empleados de las televisoras. Este "movimiento anulacionista" tiene como fundamento el hartazgo colectivo de una clase política que se percibe como corrupta, ineficaz y alejada de nuestra realidad. Pero si nos detenemos a reflexionar, los argumentos están llenos de lugares comunes, es la retórica del ciudadano perfecto y moralmente superior que aspira a que reaccionen los partidos políticos con el látigo de su desprecio. La retórica es buena, las razones válidas, el problema es la interferencia entre el cerebro del elector y el cerebro del político.
 
Por qué? Resulta que hoy en día no se cuenta con cánones interpretativos que nos ayuden a descifrar qué es lo que se quiere decir cuando cuando a propósito se anula un voto. Es más, en la mayoría de los casos, es imposible saber si la anulación fué voluntaria o no. Y claro, resulta complicado descifrar qué propuestas envía por medio de mensajes telepáticos el votante, y qué señales deben recibir, interpretar y traducir en acciones los partidos políticos cuando leen el porcentaje de votos nulos. Y es que los votos nulos no cuentan (sí se cuentan pero no valen), los votos nulos no son interpretables, los votos nulos generarán representantes con baja legitimidad y anular, nos guste o no, no implica proponer.
 
Los ciudadanos mexicanos a favor del movimiento anulacionista - que no es lo mismo que anular individualmente por convicción personal y sin esperar nada a cambio- son ciudadanos comodinos que prefieren dormir tranquilos y transferir la responsabilidad, precisamente a aquellos que tanto desprecian: a los políticos. Porque creen que anular significa enviar un mensaje claro a un representante que políticamente no tendrá su mandato pero que por no tenerlo estará obligado a actuar.

La realidad es que anular implica abdicar. Y abdicar implica que otros tomarán las decisiones. Yo prefiero votar, tomar las decisiones, exigir a mis representantes las reformas que se requieren para que el sistema de partidos funcione, me represente. Después de todo, medios para participar hay muchos, la cuestión es la voluntad de querer participar y parece que es más fácil tachar una boleta y dormir tranquilo. Por eso me parece que anular el voto es a ser un ciudadano responsable como apagar la luz el día de la tierra durante una hora, a llamarse ecologista.
 
Geraldina González de la Vega
 
 
 
 


 
 

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