domingo, 7 de junio de 2009

Opiniones: Alcocer, Casar y Woldenberg

Voto nulo, igual a cero

El que vota por un partido vale uno, los que no votan, o anulan su voto, cero

Por Jorge Alcocer V.

Ciudad de México (7 junio 2009).- Desde que se anunciaron los contenidos cruciales de la reforma electoral, singularmente en materia de acceso a TV y radio, desde esos medios se desató una campaña en contra del Congreso y de los partidos políticos, acusándolos de ser la causa de los males que aquejan a la democracia. El resultado es que la valoración social de los legisladores y los partidos sigue por los suelos.

Ahora a ese ejercicio demoledor se suma la promoción que realizan algunos periodistas, analistas y grupos privados que llaman a no votar o anular el voto. Se afirma que será una forma de hacer patente el rechazo a todos los partidos y a las reglas del juego electoral, sin especificar cuáles.

La decisión de votar o no votar corresponde al ámbito de los humores personales. Para muchos ciudadanos el dilema tiene menor importancia que ir o no a la reunión de la sociedad de padres de familia o a la junta de vecinos.

Votar supone acudir a la casilla, formarse, exhibir la credencial, recibir las boletas, ir a la mampara y permitir la mancha en el dedo. Para terminar anulando el voto, mejor me quedo en mi casa.

El voto es individual y secreto. El voto válido se anota para un partido, el nulo no vale. Nadie califica lo que estuvo en la mente del elector. Si vota bien, santo y bueno; si el voto es nulo por error, o porque lo anuló a propósito, no hay manera de saberlo.

La magia del voto es que el día de la elección todos los ciudadanos valemos lo mismo. Si no voy, o anulo mi voto, valdré nada. El que vota por un partido vale uno, los que no votan, o anulan su voto, cero.

Contra toda lógica los promotores del voto nulo postulan que sumar ceros dará un resultado positivo. Olvidan que cero más cero es cero. La suma de los que demos valor al voto será la que decida. Es un asunto de aritmética, no de álgebra.

Pretenden que anular el voto sea una forma de presionar a los futuros diputados para que cambien las reglas del juego electoral. Tampoco tiene lógica.

Creo que promover la abstención es jugar del lado de quienes buscan un caballo de Troya para introducir en el Congreso la contrarreforma electoral.

Pretextos tienen, les falta el caballo.

El autor es director de la revista Voz y voto.

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http://www.reforma.com/enfoque/articulo/1002694/
Fecha de publicación: 04-Jun-2009


Testimonial, no eficaz

Salvo que el único propósito sea de carácter testimonial la opción de anular el voto es poco eficaz, tanto como acción individual como colectiva

Por María Amparo Casar

Ciudad de México (7 junio 2009).- Las vísceras me llevan a sumarme a todos aquellos que están en favor de anular su voto. ¿Por qué? Por la simple razón de que he observado que cuando alcanzan el poder, todos los partidos lo ejercen de manera muy semejante. Porque los ocho se han empeñado en obstaculizar las reformas que este país necesita, porque los ocho hacen un uso patrimonialista del poder, porque los ocho se doblan ante los poderes reales, porque los ocho dicen que censuran el corporativismo pero en él se apoyan, porque los ocho se acusan de violar la ley pero la violan constantemente, porque los ocho se cargaron a las autoridades electorales, porque...

Víscera aparte, pienso que salvo que el único propósito sea de carácter testimonial la opción de anular el voto es poco eficaz, tanto como acción individual como colectiva. Pero los promotores del voto nulo me dicen que su objetivo va más allá de manifestar su profunda decepción, extremo descontento y absoluta reprobación del sistema de partidos y la calidad de sus gobernantes (de las tres ramas de poder y de los tres órdenes de gobierno). Buscan además provocar una reacción entre los partidos, abrirles los ojos, hacerles tomar conciencia y cambiar su conducta.

Para estos propósitos la anulación es ineficaz. ¿O realmente creemos que la anulación del voto del 10 por ciento de los electores va a provocar en los partidos un acto de contrición y que como resultado comenzarán a preocuparse por los más necesitados, por hacer de México un país más competitivo o un país de leyes? No. El negocio de los partidos es llegar al poder con uno o con un millón de votos. Con esos votos gobernarán a los que votaron, a los que se abstuvieron y a los que anularon.

Si queremos eficacia, las formas tradicionales de hacer política son más recomendables: formar un partido (con el 10 por ciento de los anuladores sobra), entrar a un partido y cambiarlo desde dentro, cabildear a los legisladores para que hagan ciertas reformas, hacer un movimiento social, denunciar los actos de corrupción, participar en marchas, agruparse a favor de ciertas causas. Todas estas alternativas suponen mucho más trabajo que simplemente acudir a las urnas y anular el voto. Suponen participar, y la sociedad mexicana no está dispuesta a hacerlo. Según la Encuesta Nacional de Cultura Política y Participación Ciudadana menos del 10 por ciento de la población ha participado alguna vez en actividades de este tipo.

La autora es doctora en ciencia política por la Universidad de Cambridge.

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Fecha de publicación: 04-Jun-2009

Otros decidirán

Quienes llaman a anular el voto dicen que así se crea un contexto de exigencia a los partidos; en todo caso ésa es una especulación

Por José Woldenberg

Ciudad de México (7 junio 2009).- El efecto práctico e inmediato es que otros decidirán por uno. Independientemente de cuántos votos reciban, tendremos diputados, gobernadores, presidentes municipales, jefes delegacionales y asambleístas. Y esos habrán sido electos por los votantes.

Los votos nulos serán producto de por lo menos tres conductas que no podrán ser diferenciadas: los que se equivocan al votar, los que escriben ocurrencias, "groserías" o votan por Batman y Robin, y los que desean expresar su desafecto con las opciones que aparecen en la boleta. Votos nulos siempre han existido.

Por supuesto que abstenerse o anular el voto es un derecho. Y aunque nuestra Constitución establece que el voto es un derecho y una obligación, dado que no existen sanciones para el que no acude a sufragar, el voto se ha convertido –por la fuerza de los hechos– sólo en un derecho. Y así debe ser. Así que a aquellos que no votan o anulan la papeleta les diría, como Bora Milutinovic: "yo respetar".

Lo que no respeto es la construcción ideológica que postula que hay que anular el voto "porque todos los partidos y candidatos son lo mismo". Se trata de una fórmula típica de la retórica antipolítica que se ve obligada a no apreciar las diferencias como requisito para igualar y meter en el mismo cajón a partidos que tienen plataformas, diagnósticos y políticas diferenciadas.

Quienes llaman a anular el voto dicen que así se crea un contexto de exigencia a los partidos y que ello puede llevar a su reforma. En todo caso es una posibilidad más bien especulativa que depende de la forma en que los propios políticos lean esa señal.

Porque si lo que se desea es construir un marco de exigencia a los políticos y los partidos lo óptimo es generar análisis y planteamientos, foros y discusiones, elaboraciones y movimientos, en una palabra: participación, capaz de decir con claridad lo que se quiere y lo que no. En cambio los votos anulados expresarán, en el mejor de los casos, un malestar (ya dijimos que también incompetencia o espíritu lúdico) difuso y confuso.

Porque ¿quiénes anularán su voto? ¿Los que extrañan nuestra vieja pirámide autoritaria o los que demandan más participación en la germinal democracia? ¿Los que creen que hay demasiadas voces en el escenario o los que dicen que no se encuentran representados por las ofertas actuales? ¿Los intolerantes o los tolerantes? ¿Los de izquierda o los de derecha? Más bien una masa unida por el no a lo existente, e incapaz de trazar rutas alternativas.

Hace apenas unos años que el voto viene demostrando todas sus potencialidades. Y es gracias a ese expediente que hoy tenemos gobiernos de diferentes filiaciones políticas y congresos plurales. Lo triste es que muchas personas no aprecian lo que eso significa: la cúspide de una construcción civilizatoria que permite la coexistencia de la diversidad política.

¿Qué raro que en el año 2006, teniendo el elector los mismos partidos en la boleta, a nadie se le ocurrió llamar a anular el voto? ¿No será que hoy se hace porque implícitamente hay un menosprecio del Congreso?

El autor es ex presidente del IFE.

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Fecha de publicación: 04-Jun-2009

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