martes, 14 de septiembre de 2010

Los ridículos "festejos"

El hoyo del bicentenario
REFORMA
Jorge Alcocer V.
14 Sep. 10

Hace años leí una encuesta con motivo del bicentenario de la revolución francesa, decía que la mayoría de los franceses tenían una vaga idea del motivo de los festejos; la mayoría de ellos no pudieron mencionar más de dos protagonistas de aquella gesta.

A punto de turrón los fastos de nuestro bicentenario, cabe preguntar cuántos mexicanos podrían mencionar los nombres de más de dos héroes insurgentes. Lo que parece cierto es esa materia no interesa a las nuevas generaciones; menos aún cuando la historia patria quedó relegada a deficientes libros de texto.

Festejar el bicentenario es decisión de cada quien; pero si en algo podemos coincidir es en no celebrar los herraderos y despilfarros en que el gobierno ha incurrido con tal motivo. Lo que mal empieza, mal acaba. Vicente Fox instauró una comisión, al frente de la cual nombró a Cuauhtémoc Cárdenas, quien abandonó la tarea a los pocos meses. Felipe Calderón nombró al ex embajador en Italia, Rafael Tovar y de Teresa, quien al poco tiempo también renunció al encargo.

Dijo entonces el presidente Calderón que asumía la coordinación directa de los festejos; pero cambió de opinión y designó para la tarea a un aficionado a la historia, prácticamente desconocido en el medio, sin trayectoria ni obra reconocida, quien se dedicó a impulsar fantasiosos proyectos que condujeron a una rebatiña por contratos y dineros públicos. No será extraño que en la memoria colectiva quede registrado el derroche y los fracasos como lo recordable de 2010.

Lo que veremos mañana en la ciudad de México es un ejemplo extremo de ineficacia e improvisación. Fuegos fatuos, miles de toneladas de pólvora quemadas para iluminar el cielo del Zócalo (el 16 el DF podría estar en contingencia ambiental por el humo); cantantes reciclados de épocas pretéritas; orquestas traídas a México con pagos millonarios y apuros nunca resueltos; aglomeraciones en Paseo de la Reforma y el Zócalo.

Para el libro de la conmemoración sus autores podrían utilizar como ilustración de portada el hoyo de 50 metros de profundidad, cavado al lado de los leones de Chapultepec, verdadero testimonio de los festejos oficiales del bicentenario. No será la "estela de luz", sino el socavón excavado para sus cimientos, la herencia que el gobierno entrega a las actuales y futuras generaciones. Un hoyo que nadie sabe si servirá para algo; un parque sin fecha de apertura y la reapertura del Palacio de Bellas Artes pospuesta para el 20 de noviembre, es el saldo del señor Villalpando.

El hoyo del bicentenario es físico, es presupuestal y es también, y por encima de lo demás, testimonio de la incapacidad o indiferencia del gobierno.

Inevitable la comparación: en el centenario, el gobierno porfirista inau- guró obras de infraestructura, palacios municipales, mercados públicos, parques, jardines, monumentos, como el Ángel de la Independencia; la mayoría de ellos permanecen en pie y en uso, un siglo después. Los trabajos de aquel entonces fueron encomendados a personalidades y técnicos de reconocido prestigio y probada capacidad, no a los amigos de don Porfirio.

¿Dónde está la obra que este gobierno entrega al pueblo de México por el bicentenario? Lo que hay es un enorme hoyo.

La comisión de los festejos naufragó por las ocurrencias, incapacidad y desorden de su titular; al rescate entró, tarde y mal, el secretario de Educación, Alonso Lujambio, para explicar los motivos del fracaso y fijar, sin mayor sustento, nuevas fechas para inaugurar obras que, por elemental decoro, deberían ser canceladas de inmediato. Rellenar el hoyo será un acto físico y simbólico. Luego habrá que llamar a cuentas a los responsables del despilfarro y el fracaso.

A pesar de los pesares, queda para el festejo la decisión de los hombres que hace 200 años decidieron luchar y dar la vida por hacer surgir una nación independiente, libre, sujeta a sus propias leyes, responsable de su propio destino. Los hechos y decisiones de esos hombres y del pueblo que los secundó en sus afanes, es el origen de la Historia Patria -con mayúsculas- que no requiere ser reescrita, bastaría -creo- con terminar de escribirla.

Festejemos por ellos; porque nos dieron Patria.

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