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El arte de la rivalidad
Jesús Silva-Herzog Márquez
19 Dic. 11
En una mañana de junio del año pasado, Christopher Hitchens sintió el primer mordisco de la muerte. Despertó como si estuviera encadenado a su propio cadáver: vaciada la caverna del pecho, la sentía rellena de un cemento duro y sin vida. Era el anuncio de que su viaje final había comenzado. Bueno, empezó en silencio mucho antes, pero ahora era ya el último tramo. Los doctores no lo engañaron con esperanzas: celebraría un cumpleaños más, si acaso, dos. Su primer reflejo fue la negación: seguir su vida como si nada, retomar las rutinas y hacer como si no hubiera escuchado el aviso del cáncer ni conociera los territorios que ya había conquistado en su cuerpo. No sintió rabia ni se hundió en la depresión. Si le hubiera preguntado al universo, ¿por qué yo?, el cosmos habría respondido, ¿y por qué no? El polemista no podía darse el lujo de consolarse con el engaño. No se recriminaba. Es cierto que pudo haber invitado a la muerte fumando hasta en la regadera pero tampoco se lamentaba de sus años. Prendí la vela desde ambas puntas, decía. La luz ha valido la pena. La sensación que lo ocupaba era, más bien, la tristeza, la pena de no asistir a la boda de sus hijos ni poder leer el obituario de Henry Kissinger.//
Recorrió el último trayecto de la única manera que sabía vivir: conectando las expresiones de su pasión vital: pensando, hablando, escribiendo. Para Hitchens vivir era combatir. Respirar fue para él dar guerra con las armas de la inteligencia independiente. Vivir es vivir contra todo lo que nos amenaza, contra todo lo que nos engaña. En ningún hombre de nuestro tiempo ha latido el espíritu de controversia como en él. Con Hitchens, muere el mayor polemista de nuestro tiempo. Enemigo de Dios y los correctos; de la Madre Teresa y de todos los fascismos; de los Clinton y los bien pensantes. Cazador de charlatanes, exhibidor de idiotas, aguafiestas de intensos entusiasmos. Un hombre constituido para la discusión. Pónganme en una mesa con un cenicero y una botella de whisky. Colóquenme a alguien en frente y estoy preparado para tomar la posición contraria y sostenerla hasta batir a mi adversario. Nadar sólo si es contra la corriente, respirar riñendo con el aire, caminar siempre cuesta arriba. En la gira por Estados Unidos para presentar su brillante manifiesto ateo pidió que en cada plaza se convocara a algún líder religioso, a un sacerdote, a un rabino, un imán. No quería presentar su libro en sociedad, quería que sus argumentos enfrentaran a su contrario. Así, la gira no era una fiesta de elogios sino un torneo. Competencia en la que siempre lograba imponer su inteligencia, su lucidez, su veneno. Si tienes oportunidad de discutir con Hitchens, advertía su admirador Richard Dawkins, no lo hagas.//
Martin Amis, en el cariñoso prólogo que preparó a uno de sus libros recientes, recordaba a Nabokov quien era incapaz de encontrar naturalmente la elocuencia. Sólo en la escritura conseguía la expresión. El novelista reconocía que sus entrevistas eran un desastre y sus conferencias insoportablemente aburridas. Explicando su torpeza, decía que pensaba como un genio, que escribía como un autor talentoso y hablaba como un niño. Amis cree que lo contrario puede decirse de Hitchens. Pensaba como un niño, escribía con brillantez pero hablaba como genio. Una computadora que recuperaba citas, datos y pasajes de la nutrida biblioteca de su memoria para disparar argumentos, réplicas y burlas a la velocidad de la luz. Ahí, en la combustión de la elocuencia espontánea, salía a flote el gran artista de la rivalidad. En Hitchens, la polémica encuentra su sitio como una de las bellas artes. Arte de fuerza y sutileza, destreza de memoria e imaginación; artillería de palabras que depende del oído; deporte de precisión y contundencia. Retórica del combate: demostración e ironía, agria lógica. Hitchens era implacable, irrespetuoso, demoledor, despiadado, corrosivo, insultante, desfachatado. Nadie lo acusó de compasivo.//
Es cierto lo que dice Martin Amis. El genio de la polémica fue más un hombre de convicciones que de ideas. Su pensamiento no dejó de ser nunca binario, elemental: ideológicamente infantil. A pesar de su extraordinario refinamiento, de su organizada biblioteca, de esa agilidad de la imaginación que le permitía conectar lecturas y experiencias en un instante, Hitchens fue una inteligencia política elemental. Se ha subrayado mucho su mudanza ideológica: en su juventud fue voluntario en la Cuba revolucionaria, en su madurez defendió la guerra de Bush hasta el final. El recorrido que revelan estas estaciones habrá sido largo pero lo marca una persuasión idéntica y el mismo ánimo beligerante. Hitchens no dejó de ser un trotskista: creía que la historia, tarde o temprano, resolvería las disputas del hombre y le daría la razón a la razón.//
Cada artículo, cada diatriba, cada polémica, cada reseña de Hitchens celebraba la inteligencia vital. Demostró el doble valor del crítico. La valentía que el pensar honesto exige, el mérito de la lucidez. Ya hace falta.//
Hitchens y su pleito con Dios
José Woldenberg
22 Dic. 11
Christopher Hitchens acaba de morir. Fue sobre todo un polemista ilustrado, heterodoxo, soberbio. Difícil de catalogar, revisó famas y creencias, trayectorias y acontecimientos y arremetió contra lo que pensó erróneo, inmoral, injusto.//
Sólo un botón de muestra: su "alegato contra la religión". Escribió: "sigue habiendo cuatro objeciones irreductibles a la fe religiosa: que representa de forma absolutamente incorrecta los orígenes del ser humano y del cosmos, que debido a este error inicial consigue aunar el máximo de servilismo con el máximo de solipsismo, que es causa y consecuencia al mismo tiempo de una peligrosa represión sexual y que, en última instancia, se basa en ilusiones".//
Su crítica conjugaba la contraposición entre conocimiento y fe y las derivaciones prácticas de la segunda. Asumía que sus afirmaciones en esa materia no eran originales ni sofisticadas, pero que representaban las premisas que no sólo lo alejaban de la fe, sino que promovían su combate. "Nuestra creencia no es una fe. Nuestros principios no son una fe. No confiamos exclusivamente en la ciencia y la razón, ya que estos son elementos necesarios en lugar de suficientes, pero desconfiamos de todo aquello que contradiga a la ciencia o atente contra la razón". En la anterior declaración resuenan las voces de la Ilustración, la revuelta contra las verdades reveladas, pero también un cierto desencanto -por su patente insuficiencia- con la ciencia y la razón.//
Como parte de una añeja tradición laica, atea y/o agnóstica, Hitchens reiteraba que "Dios no creó al ser humano a su imagen y semejanza. Evidentemente fue al revés, lo cual constituye la sencilla explicación para toda esa profusión de dioses y religiones y para la lucha fratricida". Esa inversión de la causa y el efecto, nada original pero fundamental, le permitía no sólo desmontar las premisas del discurso religioso, sino sondear las fuentes de tantas disputas, tensiones y guerras "que tanto han retrasado el progreso de la civilización". "La crítica más suave de la religión es la más radical y la más demoledora. La religión es una creación del ser humano".//
Invitaba a continuar observando y descubriendo con asombro las maravillas del mundo, más deslumbrantes que los relatos bíblicos o del Corán: "Si uno... va a que le analicen la secuencia completa de su genoma, quedará estupefacto de inmediato ante el hecho de que en el núcleo de su ser resida un fenómeno tan perfecto y le tranquilizará (espero) tener tanto en común con otras tribus de la especie humana..."; ante lo cual, decía, "me sorprendería que todavía alguien se quedara boquiabierto ante Moisés y su mediocre 'zarza ardiente'". De ese asombro, de esa convicción en la finitud del conocimiento actual y de sus posibilidades futuras, es que debería surgir la "humildad", porque "la persona más culta del mundo tiene que reconocer que sabe cada vez menos, pero que al menos sabe cada vez menos de cada vez más cosas".//
Ante el reiterado argumento de que las religiones ofrecen un consuelo que ningún otro discurso puede dar, Hitchens de manera lapidaria afirmaba: "aquellos que ofrecen falso consuelo son falsos amigos. En cualquier caso, los críticos de la religión no niegan que tenga simplemente un efecto analgésico. Por el contrario advierten contra el placebo y contra la trampa...".//
A diferencia de los creyentes que lo saben todo -sobre todo creen que saben que Dios existe y además saben lo que él quiere de nosotros, "desde lo que tenemos que comer hasta nuestros ritos o nuestra moral sexual"- Hitchens asumía que "algunas contradicciones seguirán siendo contradictorias (y) que algunos problemas no se podrán resolver jamás con el equipamiento de un mamífero con el córtex cerebral humano y que algunas cosas son incognoscibles indefinidamente".//
Pero Hitchens que combatía las ideas y representaciones religiosas, a diferencia de muchos creyentes, se abstenía de incendiar su propio discurso por el temor a desatar espirales de intolerancia y violencia. Combatía a Dios no a los hombres. "En una ocasión escribí un libro sobre George Orwell, quien podría haber sido mi héroe si yo tuviera héroes, y me irritó su indiferencia ante la quema de iglesias en Cataluña en 1936. Mucho antes de la aparición del monoteísmo, Sófocles nos enseñó que cuando Antígona se oponía a la profanación hablaba en nombre de la humanidad. Dejo para los creyentes lo de quemar las iglesias, mezquitas y sinagogas de los demás, cosa que siempre se puede estar seguro que acabarán haciendo. Cuando acudo a la mezquita, me descalzo. Cuando voy a la sinagoga, me cubro la cabeza".//
No creía que se pudiera ni debiera erradicar la religión. Lo desconocido, la muerte, la perpetua incertidumbre, nuestra fragilidad, alimentan a las religiones y la necesidad de creer. "Por esa razón, no la prohibiría, ni siquiera en el caso que pudiera hacerlo". Pero como solía hacer, terminaba con un duro vuelco de tuerca: "Pero ¿serán los creyentes igual de indulgentes conmigo?" (Dios no es bueno, Debate, 2008).//
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