El Suplemento El Ángel del periódico Reforma publica un extracto del libro "La caída del Muro de Berlín" de Jean-Marc Gonin y Olivier Guez, libro que cuenta la caída del Muro de manera novelada y es que como algunas críticas dicen "lo sucedido aquella noche fué digno de una novela". En un tipo docu-drama los autores relacionan los destinos dramáticos de los verdaderos héroes de la historia, los seres humanos, con los de la gran política de Honecker & Co. (Literatur München.de)
Suena bien la novela, y por ello me pareció interesante compartir contigo mi suplemento:
Horas de apertura, confusión y lágrimas
Crónica de una noche de cambio. En su libro, Gonin y Guez reconstruyen los hechos alrededor de la caída del Muro para dar voz a quienes participaron en el movimiento
Jean-Marc Gonin y Olivier Guez
(25 octubre 2009).- A las siete y media de la tarde, la rubia presentadora de Aktuelle Kamera, el programa de noticias de la primera cadena de la RDA, informa a sus telespectadores que las "peticiones de viaje particulares al extranjero pueden remitirse inmediatamente sin motivo particular". A las ocho de la tarde, Tagesschau, el informativo de la primera cadena alemana oriental, la ARD, abre con Schabowski. El título de la noticia leída por el presentador no deja lugar a dudas: "La RDA abre sus fronteras". El resumen de la conferencia de prensa de Berlín Este transmitida sobre la marcha ya no deja lugar a la imaginación.
El periodista, estirándose como para marcar la solemnidad del instante, ha finalizado su comentario con una frase decisiva: "Por tanto, ¡desde esta noche, el Muro ya no será infranqueable!". "Salida definitivamente autorizada", "Viajes libres sin justificación", Frontera abierta". Sven quiere saber más. Coge su abrigo.
-¿A dónde vas?- le pregunta Vera.
-Voy a comprobar si todo esto son tonterías o si de verdad se puede pasar la frontera.
-¡Pero tenemos un trabajo bestial!
-¡No te preocupes, vengo en seguida!
Sven se dirige a buen paso hacia la estación de Friedrichstrasse. El centro está tranquilo y empieza a vaciarse, como todos los días a esta hora. El tiempo frío y húmedo no anima a nadie a deambular. Las tenues luces de las farolas alumbran a algunos transeúntes abrigados que aceleran el paso para volver a sus casas. Nadie piensa en ir de compras, los escaparates de las tiendas están vacíos. Entra en los barracones desangelados, una especie de apéndice grisáceo que flanquea el vestíbulo principal de la estación, donde se pasan los controles para salir del Este y tomar el metro o la S-Bahn con destino a Berlín Oeste. Se acerca a un oficial más bien desocupado a esta hora tardía.
-¿Es verdad que se puede salir sin autorización desde esta noche?
-No hay nada nuevo- responde el joven con galones sin dejar de apretar los dientes.
-Pero el camarada Schabowski ha declarado...
-¡Ya le he dicho que no hay NADA nuevo!
Sven no insiste. Obviamente no es el primero que le ha formulado la pregunta. Sin embargo, continúa con sus investigaciones hasta la Casa del Viaje, en la Alexanderplatz. Allí se encuentra con una treintena de berlineses que, como él, intentan en vano saber algo más. Las puertas están cerradas y no hay ningún aviso colgado en el escaparate. Delante del inmueble, todos empiezan su cantinela sobre los encantos de la eterna RDA: siempre es lo mismo, el Politburó anuncia una cosa y la burocracia es incapaz de llevarla a cabo. ¿Cuánto tiempo creen que pueden burlarse así de la gente? Sven no pierde el tiempo con los quejicas. Se va corriendo hacia la UB, seguro de que Vera, a quien ha dejado mucho tiempo sola trabajando, le va a echar la bronca.
A Helmut Kohl el anuncio de Günter Schabowski lo pilla por sorpresa estando en Varsovia de visita oficial. En el momento en que éste empezaba su conferencia de prensa, el canciller se entrevistaba con Lech Walesa. El líder del sindicalismo libre polaco -cuyos amigos gobiernan Polonia desde agosto- le ha soltado que, según él, al Muro de Berlín ya no le quedan más de una o dos semanas...
Unos instantes después, mientras el jefe del gobierno federal ya está en la mesa con sus anfitriones en el palacio del gobierno polaco para una cena oficial, le avisan de una llamada urgente de la Cancillería. Helmut Kohl se disculpa ante el primer ministro Mazowiecki y se levanta para atender la llamada. Al otro lado del teléfono, Eduard Ackermann, su fiel consejero, parece completamente excitado.
-Herr Doktor Kohl, prepárese: ¡Los responsables de la RDA abren el Muro!
-¿Qué? ¿Estás seguro?
-La conferencia de prensa se ha retransmitido en directo por televisión. La he visto con mis propios ojos.
Silencio.
-¡Es increíble!
Poco después, cuestionado por un periodista desde el palacio oficial polaco, Helmut Kohl da sus primeras impresiones a la ZDF. Esta breve entrevista se emite en el informativo de las diez menos cuarto. Aún está anonadado por la noticia y se muestra prudente, a la expectativa. Toma buena nota de la decisión de Berlín Este sin que parezca que haya calibrado aún ni las consecuencias ni las importancia histórica.
Varios miembros de su delegación, muy alterados, le aconsejan vivamente que interrumpa su estancia en Polonia y que se marche a Berlín lo más rápidamente posible. Pero al canciller no le gusta que los acontecimientos le dicten su conducta. Ha venido a Varsovia para felicitar a los que han arrancado el poder a los comunistas. No es cuestión de dejarlos plantados.
Helmut Kohl se niega a cambiar el programa de su visita. Vuelve a la mesa y hace un brindis por la vuelta de la libertad a Polonia.
En Bonn, el Bundestag celebra sesión. Los diputados debaten sobre las subvenciones a repartir a las asociaciones. La presidenta llama a la tribuna a un diputado bávaro, el cual se acerca, febril, con un despacho en la mano. Emocionado, lee el texto a sus colegas: -Los ciudadanos de la RDA pueden, desde ahora, viajar a la República Federal pasando la frontera por el puesto de su elección.
Un formidable aplauso acoge la noticia.
Rudolf Seiters, acompañado de tres presidentes de grupos parlamentarios, hace irrupción en la sala y pide la palabra. Con tono solemne, lee una declaración gubernamental que toma nota de la medida anunciada por la RDA.
-Es un avance considerable- lanza como conclusión.
En las filas tres diputados se levantan espontáneamente y entonan el himno nacional. Uno a uno los diputados los imitan y cantan a pleno pulmón. Cuando resuenan las últimas notas de la melodía de Haydn, una serie de cargos electos sacan sus pañuelos del bolsillo. La presidenta levanta la sesión. Willy Brandt, el antiguo burgomaestre de Berlín Oeste que estaba junto a John Kennedy cuando éste dijo al mundo "Ich bin ein Berliner!", se derrumba: el anciano canciller, que había tenido que dimitir porque los servicios alemanes orientales habían infiltrado a un "topo" entre sus más próximos colaboradores, abandona su escaño con lágrimas en los ojos.
Extracto de La caída del Muro de Berlín, editado por Alianza
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lunes, 26 de octubre de 2009
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