martes, 11 de agosto de 2009

Los de Abajo


© 2009 Andreas von Baudissin

Los de abajo
Por: Geraldina González de la Vega

Con todo mi cariño y respeto a G.K.

Alemania, una, celebra este noviembre el 20 aniversario de su unidad y de su paz. La historia contada es la de los aliados que triunfaron contra el régimen del terror nazi, también es la de los líderes de los gobiernos que surgieron del reparto del territorio alemán, la República Federal y la República Democrática. Las notas y comentarios que vemos y leemos son, siempre, la narrativa de pocos. Sin embargo, casi nunca se cuenta la historia del hombre y de la mujer comunes, cuyas vidas fueron llevadas por la corriente de las decisiones de “los de arriba” y cuyos hijos y nietos siguen hoy pagando crímenes que sus abuelos no cometieron, sino que más bien sufrieron. Que hoy se siga llamando al pueblo alemán, pueblo nazi –en el sentido criminal de la palabra-, o la equiparación del nazi con el alemán o viceversa, un prejuicio que todavía hoy existe, es un cliché del que no han podido desprenderse, que no deja de ser doloroso, y despierta en todos los alemanes un complejo de culpa colectiva por lo que algunos de sus compatriotias y antepasados cometieron. Cargan sobre sus hombros un crímen tan horroroso, que ni siquiera están dispuestos a discutir las circunstancias del caso personal, las particularidades de su familia o su persona. El pueblo alemán debe ser separado de “lo nazi” y debe darse una justa dimensión al caso. Los crímenes que cometió una bandada de desquiciados no fueron cometidos por Alemania, en un sentido nacional, geográfico e histórico. El que un grupo de individuos haya tomado como rehén a esa nación no hace a esa nación cómplice de sus crímenes, mucho menos por generaciones. Creo que se requiere de una lectura mucho más cuidadosa del desarrollo de los eventos entre una elección mayoritaria, la instalación de una dictadura y la decisión de exterminar seres humanos. Creo que como seres humanos debemos cargar todos con el recuerdo de lo sucedido durante el régimen nacionalsocialista, porque los alemanes, como todos los individuos que habitamos y que lleguen a habitar este plantea, tenemos la responsabilidad de evitar que vuelva a suceder. Desafortunadamente, los nazis también eran seres humanos, antes que alemanes. A los tropiezos y calamidades humanas, estamos todos expuestos, como víctima y como victimario.
Dicho ello, quiero contar una historia.

Conocí a un viejo de pelo blanco y manos fuertes, de ojos tristes y sonrisa serena. Yo no hablaba alemán, apenas comprendía un par de palabras. Él me abrió su corazón y las puertas de su casa. Una tarde me mostró su álbum de fotos. Fotos de su infancia en la granja de sus padres en los Sudetes. Luego, una foto de él y su hermano mayor con uniforme militar, sí, ese uniforme que vemos en las películas de Hollywood. Mientras me mostraba esta fotografía, él me miraba a los ojos, y me decía con la mirada y con movimientos de manos, que él no quería y que él no creía en aquello por lo que fue obligado a pelear. No tendrían más de 18 ninguno de los dos. Sentí un escalofrío por la espalda. ¿Habrá pensado su madre en tomar esa fotografía como último recuerdo de sus dos hijos? Siempre he pensado que las personas deberíamos de platicar más con los viejos, a éste, me dieron ganas de abrazarlo. Sus ojos se pusieron agüados. Él y Joseph habían sido obligados a luchar por su patria, no había salida. Quizá no está de más contar que en 1944, los aliados ya estaban derrotando al ejército alemán y que las fuerzas de la Wehrmacht estaban muy mermadas, por lo que optaron por recultar por la fuerza a todos los niños y jóvenes del país con capacidad física para el combate. Para esa época, los reclutados eran prisioneros en potencia, esperando lo mejor. No quiero ni imaginar el sufrimiento de sus padres cuando sus hijos fueron llevados al frente. Ni menos quiero imaginar la angustia de no saber nada de ellos, como hasta la fecha ha sucedido con Joseph. Los hermanos fueron enviados a distintos campos de batalla. Peter cayó preso en la zona de Oberbayern en lo más profundo del estado de Baviera, afortunadamente en manos de los franceses.
La siguiente foto era de una fiesta en alguna campiña, gente alegre en largas mesas. Otra de una boda. Otra de varios jóvenes saludando desde un balcón. Varias fotos de Peter con amigos. Me entero que se trata de un viñedo en Alsacia. Un vinicultor francés de buena voluntad requería manos fuertes para recoger la uva, y acudió a los campos de concentración fronterizos a reclutar algunos jóvenes soldados alemanes para ello. El “patron”como lo llamaba Peter había sido un ángel venido del cielo, en las barracas ya había una epidemia que estaba matando a los prisioneros. Peter inmediatamente aceptó la oferta, después de todo, venía de una familia de agricultores. Sabía trabajar la tierra y merecía su libertad. El patron y su mujer cuidaron de los chicos, les dieron techo, trabajo, comida y mucho vino. Peter cuenta con una gran carcajada: ¡nos daban vino blanco todo el día! “Teníamos permitido beber cuanto vino blanco quisieramos y bueno, hacía calor, así que...”
La historia de Joseph opaca la cara de Peter. “Sólo sabemos que fué enviado a Rusia”. Pensé “ojalá que Joseph haya formado una familia allá, como Peter la formó acá.”
Pasaron los años y un día, por razones que desconozco Peter fué liberado o quizá era libre de irse desde siempre, y prefirió quedarse un tiempo allá. No lo sé. Regresó a Alemania a buscar a sus padres que en términos de los tratados y decretos que siguieron a la capitulación del Tercer Reich habían sido desterrados y despojados de sus tierras. Por su pertenencia a la religión católica, fueron enviados a la ciudad de Weißenfels, hoy ubicada en el estado de Sachsen-Anhalt, pues se determinó que la parroquia de Weißenfels sería un lugar digno para los refugiados, además de que contaba con pocos católicos. Como los padres de Peter, muchas otras familias de los Sudetes y de Prusia oriental fueron desterrados y repartidos en muchas ciudades alemanas. Algunos “tuvieron suerte”, pues fueron ubicados en lo que sería la República Federal Alemana. Otros como Peter fueron ubicados en lo que sería la República Democrática Alemana.
Cuando Peter se despidió del Monsieur Loubet prometió volver pronto. Peter no sabía que, otra vez, su vida sería coartada por “los de arriba”. En 1961 se prohibió salir del país, se levantó una pared con rifles apuntando a cada alemán tras ella, con ello, se ahogaron los sueños de Peter de volver a Alsacia y de enterrar a sus padres en los Sudetes. Cualquier plan de ver el mundo se acababa de destruir. Peter, un agricultor, no pudo volver a la tierra. Weißenfels era una ciudad industrial importante de la RDA, tuvo que ingresar a trabajar a una fábrica como soldador. No pudo cultivar la tierra como hubiera sido su deseo, sino laborar durante el resto de sus días en una fábrica. Peter se casó y tuvo 4 hijos, nunca faltó comida en su mesa, pero nunca pudo probar unos camarones o una malteada de plátano. Nunca pudo conocer a su cuñado Martin, el hermano de Ilse su mujer. Martin trabajaba en Göttingen y con el muro no pudo volver a ver a sus padres, ni a su hermana. Ilse y sus padres se perdieron la boda de Martin y no conocieron a su hijo Tobias hasta 1990.
Los hijos de Peter e Ilse, como todos los niños, fueron obligados a entrar a la organización de pioneros Thälmann, donde recibían adoctrinamiento comunista y se les preparaba para ser “buenos camaradas”. Tenían que cuidarse de no decir nada contra el régimen enfrente de amigos y extraños, después de todo hasta las paredes oían en la RDA. Ilse trabajaba en otra fábrica que elaboraba carreolas. Los programas de televisión, las películas, los libros y revistas eran todos los permitidos por el Estado, claro, aquellos que no estuvieran viciados por el fascismo capitalista que intentaba permear las mentes. Peter e Ilse tenían un departamento pequeño con dos recámaras y un baño. Allí vivieron los 6 apretados hasta que Jochen, el mayor, se casó a los 20 años con Maria de 19. Era muy común que los jóvenes se casaran a esa edad, después de todo era la única forma de tener independencia. Después siguió Arianne a los 19, Sonja a los 21. Las vacaciones las pasaban a veces en el mar Báltico. Peter soñaba todas las noches que llevaba a su familia a Alsacia. En lugar de viajar, Peter coleccionaba postales.
Esa tarde que me enseñó sus fotos, me mostró su colección de postales, desde entonces me decidí a aumentarla. Cada pie que pongo en una nueva ciudad, lo pongo por Peter. Una tarde de 1986 Daniel, el más pequeño de sus hijos, tomó sus cosas y dió un beso a su madre y una palmada en el hombro a Peter, Peter sintió que era una despedida. No estaba equivocado. Daniel intentó escapar a la RFA junto con su pareja. Peter e Ilse se enteraron por la radio, Daniel K. y Lothar F. fueron descubiertos en su intento de escape por dos vigías de torre, quienes abrieron fuego hasta que ambos estuviesen muertos o heridos. Daniel, logró esconderse bajo un trailer que estaba cerca, fué muerto con un tiro en la cabeza. Daniel siempre soñó con conocer Sudamérica, dice Peter. Quería ir a las playas en Brasil, desde que vió las fotos en la enciclopedia quedó enganchado con la idea. Tres años más tarde la RDA habría desaparecido, se lamentaba Peter, Daniel no tenía por qué haber muerto, si hubiera tenido un poco de paciencia, si no hubiera perdido la esperanza...
En noviembre de 1989 cayó el muro de Berlín y comenzó el cambio. Peter me enseñó el video, no pude contener las lágrimas. A pesar de que no entendí nada de lo que el locutor decía, las imágenes decían más que mil discursos y mil palabras. Nunca había comprendido la dimensión de ese suceso. La experiencia de ver ese video que nos mostraba algo que apenas hacía 12 años había sucedido, con gente que lo había vivido, fué algo que me marcó para siempre. Estar sentada en la sala de Peter para quien la libertad era tan nueva me hizo valorar la mía. Después de todo yo era una mexicana en Alemania, una mexicana que había conocido muchos países y nunca tuvo el límite a su libertad. Peter de 75, tenía 12 años de poder decidir qué ver, qué leer, qué comer, qué vestir, qué hacer, qué pensar, a dónde ir, por quién votar, y yo, tenía 29 de 29.
La cara de Peter y de Ilse, la imagen que se grabó en mi memoria para siempre de personas cruzando por entre las paredes derribadas de un muro en sus Trabis azul clarito siendo recibidas por sus compatriotas con plátanos. Los cláxons, la euforia, las lágrimas, las risas. El enojo y la felicidad reunidos en una escena de colores que contrastaba con el blanco y negro de todas las demás fotografías que me mostró Peter de su vida en Weißenfels. Sonja y su familia inmediatamente tomaron sus cosas y se mudaron a Hamburgo. Jochen y Maria se quedaron, pero sus hijos partieron en 1991 a estudiar en Stuttgart y en München. Arianne y su familia se fueron a vivir a los Estados Unidos.
Peter se hizo de un jardín a las afueras de Weißenfels donde dedica todo el día a cultivar una vid pequeñita que da unas uvitas, los mejores melocotones y tomates del mundo. Recibe postales cada mes de sus hijos y sus nietos, y mías. Peter tiene un bisnieto mexicano. En 1993, a sus 66, Peter se compró un Renault y manejó desde Weißenfels hasta Alsacia a buscar a Monseiur Loubet. Lo encontró. Se abrazaron muy fuerte. Loubet le dijo: Peter, creo que sólo te estaba esperando. A los dos meses murió, la diabetes lo estaba comiendo, ya era viudo y el viñedo no existía más.
Peter vive hoy todavía en Weißenfels, cumplió 80, le gusta visitar a sus hijos y nietos y maneja por las autobahns y sueña con todos los lugares que ha visitado gracias a sus postales.

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