miércoles, 19 de agosto de 2009

Un Picnic para la libertad


Foto: DPA

Un 19 de agosto, pero de 1989, se celebró el llamado "Paneuropäischen Grenzpicknick" o Picnic Fronterizo Paneuropeo, en la frontera entre Hungría y Austria. Qué era lo que habría que festejar, no estaba muy claro. Pero sí estaba claro que las fronteras entre varios países del bloque del Este ya no eran tan densas. Las ciudades fronterizas húngaras y austriacas querían comenzar a convivir, después de tanto tiempo separadas.

En la RDA la cosa todavía no era tan holgada y se "corrió la voz" sobre la posibilidad de salir por Hungría, de manera que para estos días había cientos de solicitudes de salida. Miles acamparon en Budapest y en el Balaton,algunos cientos de ellos estaban listos para huir. Toda el área estaba repleta de refugiados, recuerdan los oficiales fronterizos Arpad Bella, de Hungría, teniente de la vigilancia fronteriza de Sopron y Johann Göltl, austriaco, jefe de inspección de la aduana de Klingenbach. Ambos se conocían a pesar de las toneladas de alambre de púas y las alarmas. Bella recuerda que Göltl a veces cruzaba para tomar con ellos un café, al revés era imposible. Por primera vez en agosto de 1989 Bella podría cruzar al lado austriaco. Los dos oficiales sabían de los fugitivos alemanes, "estaban buscando cualquier oportunidad para pasar", ya había voces que anunciaban una fuga masiva el día del Picnic.
Ninguno de los dos esperó las órdenes que debían cumplir ese 19 de agosto, entre las 15 y las 18, durante 3 horas, debían abrir la frontera. Durante 40 años una puerta de madera separó la carretera entre Ödenburg en Sopron, Austria y Pressburg en Bratislava.
La apertura de la puerta sería el punto culminante del Picnic Fronterizo Paneuropeo, con el que celebrarían la apertura a occidente apoyada por parte de la oposición húngara, bajo la protección del Ministro reformador Imre Pozsgay, y del hijo del Kaiser austriaco, Otto von Habsburg, quien se convirtió en su mecenas.
Ambos cancelaron su participación para no exacerbar los ánimos.
Para Pozsgay era importante que las negociaciones entre Hungría y la RDA no se lastimaran debido a la presión en las fronteras.
La órden era muy clara, sólamente podrían cruzar austriacos y húngaros, nadie más. Tanto Göltl como Bella tenían muy claro que "cualquier otro, tendríamos que haberlo regresado."
Se dijo después que para el jefe de Gobierno húngaro, Miklós Németh, el Picnic significaba una prueba para ver cómo reaccionarían los soviets a una primera y pequeña apertura de frontera y la consecuente fuga masiva.
Del lado húngaro no había ya una órden de disparar. Sin embargo los soldados estaban obligados a usar las armas para defensa propia. Pero todos se preguntaban, qué hacer si cientos de refugiados comienzan a correr hacia el otro lado?
La noticia sobre el supuesto de abrir la frontera se corrió entre los Ausreisewilligen*. La comunidad católica "la sagrada familia" de Budapest ayudó a los alemanes orientales proporcionándoles mapas, para que pudieran encontrar el camino.

Dos días antes del Picnic, Bella recibió la noticia sobre la posibilidad de que grupos grandes buscarían huir, "los fugitivos deben ser detenidos."
A las 3 de la mañana aparecieron a lo lejos unas 150 personas marchando, Bella pensó que serían refuerzos, pues si la órden era detener a los fugitivos, pero conforme se fueron acercando se dió cuenta de que eran familias, niños, mujeres embarazadas, con maletas y mochilas. Todos venían en silencio, con paso decidido y firme. "Eran los refugiados" dice Bella. "Tuve sólo 20 segundos para decidirme". Las órdenes era claras: debía detener a estas personas, Bella con sus tres hombres debía cerrar el paso, lanzar tiros de advertencia, y en caso de que agredieran a alguno de sus hombres en el puesto, comenzar a dispararles. Se acercaron más, entre ellos se gritaban "corre, corre!" algunos se tropezaban con las raíces de los árboles crecidas entre el pavimento de la carretera abandonada, los niños daban tumbos y eran levantados por los padres, "era una carrera, un hacinamiento, una ola de seres humanos."

Arpad Bella recuerda sobre todo las caras, "esos ojos. Puro miedo." dice que él sabía que si hubiera actuado, si hubiera corrido sangre, si él hubiera disparado, lo habrían culpado a él. Se ha escrito que Arpad Bella simplemente vió para otro lado, él dice, "eso no es verdad", dice que él se hizo de lado, pues los fugitivos habían empujado la puerta. Quizo guardar la compostura, evitar el pánico y demostrar tranquilidad. "Intenté comportarme como un oficial y no como un orangután hiperpolitizado." Por no ser un homicida, Arped Bella estuvo a punto de perder la libertad cinco años.

Del otro lado, la gente llega al puesto de Johann Göltl, todavía entre tumbos, Göltl les grita "Ya están en Austria!", pero la gente no lo escucha y siguen corriendo, pues ven frente a ellos otro hombre uniformado. "Ellos tenían solamente miedo de que alguien les impidiera seguir, que los regresara." Poco después, un par de metros adelante las personas se quedaron paradas, a la orilla del bosque, donde los reporteros se habían juntado, los equipos de televisión, la gente de los pueblos de alrededor y los turistas occidentales que habían venido desde Neusiedlersee a esperar a sus familiares y amigos.
"Los jóvenes estaban llenos de felicidad y júbilo, los viejos... lloraron", dice Johann Göltl, enseguida les avisó que fueran a St. Margarita, allí les darían de comer y beber. Göltl gritó a su colega del otro lado, "Arpi! que carambas haces? por qué no me avisaste? hubiera ido por refuerzos." a lo que respondió Bella, "Hansi, no tenía idea de esto!"

El gobierno en Budapest tenía algo más de idea. Instrumentalizó el Picnic, según el historiador Andreas Oplatka en su libro "la primera cuarteadura del Muro", el Ministro Presidente Miklós Németh describió el Picnic como una prueba de la apertura de fronteras, con la que quiso probar la reacción soviética. Lo que no está claro es si existieron indicaciones oficiales sobre éste plan, en todo caso, Arpad Bella no las recibió. "Si era una prueba, pues pudo haber salido muy mal" dice Bella. Göltl dice "quizá lo avisaron a la prensa, pero a Bella nadie le dijo, él pudo haber disparado."

En realidad parece que la prueba era para todos, pues el comandante a cargo de la protección fronteriza de Hungría se apareció más tarde con Bella, llevaba una hora intentado comunicarse con él. Reclamó fuertemente a Bella la fuga de 600 personas. El comandante cerró la puerta, envió a 120 personas al bosque, y a la "frontera verde", ni una sola persona más podría pasar, sólo las delegaciones del Picnic.

El paso provisorio entre fronteras estuvo vigilado solamente por cinco oficiales húngaros, comandados por Arpad Bella, quien no tuvo ni un sólo minuto para meditar. "El uso de armas era para lanzar tiros de advertencia, pero eso hubiera significado tumultos, lo que hubiera sido un caos." Después del 19 de agosto, se acusó a Bella de desobedecer órdenes, después de la apertura de la frontera en septiembre, fué condecorado.

Pasaron tres días hasta que fué liberado por la fiscalía y veinte días más hasta que se abrió la frontera. Desde entonces cada dos años Arpad y Johann repiten el Picnic, en el jardín de Johann, que queda cerca de la frontera. Hoy, los acompaña Angela Merkel.

Hay, también, una mirada crítica a estos hechos. Por la irresponsabilidad que implicó haber "puesto a prueba a los soviéticos" pues pudo haber acabado en una tragedia. Hungría en 1989 era un caos. Dos autores de libros sobre 1989**, en particular, el Picnic Paneuropeo: Andreas Oplatka y György Dalos, ambos proponen corregir la imagen de la historia. La política húngara de la época del cambio se movió en una cadena de malos entendidos y decisiones sin entusiasmo. El caos era la nota principal, también en la frontera con Austria. Por poco corre la sangre en el Picnic de agosto de ´89. El gobierno de Budapest jugó un juego peligroso, Moscú no estaba enterado (200 mil soldados soviéticos estaban estacionados con armas en Hungría, hubieran reaccionado?) El Kremlin estaba enterado de todo "sabíamos lo que Hungría hacía, hora por hora."

Ambos autores presentan estudios informativos, dice Uwe Stolzmann de Die Neue Deutschland, Dalos da un punto de vista irónico a los años del cambio. En su ensayo sobre Hungría describe un cómodo fin del mundo, una apocalipsis en versión de opereta. Cita anécdotas, diálogos extraños entre líderes del bloque del Este (Gorvachov a Ceausescu "que deberíamos hacer, Nicolae, debemos enviar los tanques?" y simpáticas respuestas a preguntas hechas en Budapest en los 80´s a gente que pasaba por la calle "Quién era Karl Marx?" -un filósofo soviético, que tradujo a Lenin al húngaro y fué ejecutado en algún lado.

Al final Oplatka contabiliza la apertura de la frontera como una "historia de éxito". Dalos es más escéptico. Él informa sobre la cultura del odio en la Hungría libre, encuentra tendencias antisemitas y chauvinistas. Con tristeza y callado cinismo se despide el del movimiento civil que tanto le influyó: "Pensar diferente, hablar diferente, leer diferente, creer diferente, y, escribir diferente que la escena artística de Europa del Este que se volvió superflua en el momento en el que la libertad de pensamiento, de palabra, de información, de religión y de prensa se garantizó a través de una ley."


*En teoría era posible migrar hacia la RFA a través de una solicitud de salida (Ausreise). La solicitud se procesaba a través de un largo camino burocrático, en dónde además de estar sujeto a chicanas, se fichaba a las personas como no leales al Partido. Ausreisewilligen se llama a las personas que vivían en la RDA pero que tenían el deseo de migrar a la RFA y habían presentado su solicitud o pretendían hacerlo.

**Andreas Oplatka: Der erste Riß in der Mauer. September 1989 – Ungarn öffnet die Grenze. Paul Zsolnay Verlag, Wien 2009. 303 S., geb., 21,50 €.
György Dalos: Der Vorhang geht auf. Das Ende der Diktaturen in Osteuropa. C.H.Beck Verlag, München 2009. 272 S., geb., 19,90 €.


Esta entrada está basada en las editoriales de hoy en Die Zeit de Matthias Meisner y en el Berliner Morgenpost de Elisalex Henckel. Y en la de Uwe Stolzmann de Die Neue Deutschland. Las historias son suyas, la traducción y composición, mía.

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