miércoles, 10 de febrero de 2010

La exhibición de la fuerza del Estado mexicano

La exhibición de la fuerza del Estado mexicano
Por: Geraldina González de la Vega




El mes de enero lo pasé en México. En esta ocasión viajé como turista pues llevé a mis suegros a conocer mi país. Los ojos de un turista perciben cosas distintas, observan lo diferente en lo cotidiano, lo curioso en lo común y lo anormal en lo rutinario. Viajo una vez al año a México, llevo más de cinco fuera. Cada vez percibo mayor presencia militar, y no sólo policiaca, en las calles. El hecho de que policías bancarios o guardias de tiendas o centros comerciales anden con armas largas es en sí ya una situación que no puede ser tolerada, y lo peor es que se ha vuelto “normal”. En Alemania ví algo parecido por primera vez en el aeropuerto de Frankfurt después de que se descubrió un complot terrorista en el país. En México es ya parte del mobiliario. Pero ésta vez, sentí muy de cerca la fuerza del Estado, no sólo en las calles del D.F. sino en las aguas de la Bahía de Acapulco y en el restorán de mi hotel en Tlaxcala, en las anécdotas familiares y en las noticias en diversos medios. La impresión que se llevan los turistas, incluídos mis suegros, es la de un país militarizado y no democrático, al que le dan “atole con el dedo”.
Durante nuestros paseos por la Ciudad de México, vimos pasar no una sino varias veces, jeeps con militares armados desfilando por Periférico, Reforma o por Tlatelolco. El Palacio Nacional atestado de soldados que no sólo vigilan celosamente la entrada y piden una identificación para entrar sin razón alguna y de forma discrecional, sino que además caminan detrás de uno mientras observa los murales de Rivera. ¿Ahora es la SEDENA la encargada de cuidar el patrimonio artístico y cultural? Las casetas en las carreteras hacia Teotihuacán, hacia Acapulco o hacia Puebla también tenían “huellas verdes”. Afortunadamente ni en nuestro camino a Acapulco ni a Puebla hubo retenes militares. Aún así conservo la anécdota de dos familiares que al ir a visitar los estudios de cine en Durango fueron detenidos por un retén militar. El sólo hecho de que soldados lo paren a uno en su camino, enoja y da miedo, y si a eso le sumamos las historias, como la de la familia acribillada por no detenerse en el norte del País, el miedo se convierte en pánico y el enojo en impotencia. Además de que sabemos que los militares no tienen facultades para detenernos y que por tanto, al ser ilegal, nos movemos en la total inseguridad y la carencia de límites, sabemos que los militares lo pueden todo, total tienen fuero. ¿Y yo ciudadano? Qué importa, todo sea por “salvarme del narco”.
El colmo del exhibicionismo lo viví en Acapulco. Conozco bien Acapulco, y nunca había visto militares en el mar. Quizá algunos no saben que en Icacos hay una base naval, --o quizá sí, por la no rara presencia del hermoso buque escuela Cuauhtémoc. Esta vez el “Cuauh” no estaba, pero sí estaban -y con el tanque lleno- un par de buques oxidados que durante la mañana y parte de la tarde de un sábado se pasearon por la Bahía haciendo gala de los recursos (¿?) con que nuestras fuerzas armadas cuentan. Algo bastante molesto para presionar el acelerador en la Wave Runner, pero aún más para la vista. Junto con los buques, se exhibió una lancha rápida, comandada por varios individuos descamisados y cuyas vueltas a la Bahía me comenzaron a poner nerviosa y a quitarme las ganas de echarme un clavado al mar. Más tarde un helicóptero verde o khaki aterrizó en Icacos. Como mexicana supe que se trataba de los nuevos actos de exhibicionismo del Gobierno de Felipe Calderón. Como turista me preocupé, ¿estaría a salvo esa mañana asoleándome en Acapulco? Si aquí en Alemania viera la mitad de lo que ví esa mañana, pensaría que no estoy a salvo y que debo ir a guardarme a casa.
Una semana más tarde fuimos a Tlaxcala, bellísima ciudad que no conocía. Nos hospedamos en el Hotel Posada San Francisco, muy bonito, cómodo y ubicado en el Zócalo. El día que llegamos a Tlaxcala estacionado a un lado del Palacio de Gobierno, estaba un Jeep con varios soldados encapuchados y armados fuertemente, serían unos 4 o 5, quizá más. Da miedo fijar la vista. Eso fué lo de menos. El lunes por la mañana bajamos todos a desayunar para después volver a la central de autobuses y volver al D.F. Cuál sería nuestra sorpresa o mejor dicho, nuestro susto. Al salir del área de cuartos y aproximarnos al comedor, todos, en distintas etapas, nos topamos a unos 6 u 8 individuos embozados, con chalecos antibalas, armas largas, guantes, botas y todo el equipo de reacción inmediata. Unos pararon el paso, sin saber si seguir o no. Otros nos indignamos y hubo hasta quien preguntó si estaba Barack Obama en Tlaxcala. Familias con niños bajaron la voz o de plano dejaron de hablar. Los niños desayunaron en silencio. Sin atrevernos a preguntar directamente a los robocops, averigüamos vía meseros y recepcionistas ¿habrá un operativo? ¿hay una bomba en el hotel? ¿debo avisarle a mi esposa que está en la regadera? ¿puedo desayunar? ¿a poco me hospede junto con el Chapo? Todas las preguntas fueron resueltas: “No, no se preocupe, es que vino a desayunar el Secretario de Seguridad Pública.” “¿Genaro García Luna?” “No, el General Martínez González, el SSP de Tlaxcala.”
Efectivamente, el General de División retirado y ahora Secretario en el Gobierno de Héctor Ortiz (del PAN claro), se encontraba desayunando con el Jefe de la Zona Militar escondidillo tras unas puertas que dividían dos zonas del restorán. Martínez desplegó a su GERI tlaxcalteca en la alberca para su mejor protección y mientras la puerta de entrada al hotel estaba desolada, el General bien protegido desayunó tranquilo, para combinar, unos huevos poché. Las familias desayunantes nos sentimos un poquitín nerviosas al ser observadas por aquellos enmascarados. No estabamos ciertos de si eramos motivo de sospecha o si los agentes especializados en amontonarse en el mismo rincón tenían hambre y aspiraban el aroma de nuestros hot cakes. La cuestión es que así transcurrió cerca de una hora, cuando derrepente salió un hombrecillo de pelo blanco y de unos 150cms de entre las puertas haciendo gala de su gran pistola que portaba en el cinturón (que en realidad no era gran, pues todo es relativo). En lo que “el General” pagaba la cuenta, un papá presionado por su aprendiz bebé, se levantó con él a caminar, a esa edad los niños son muy imprudentes, pues ¿cómo se le ocurre en un hotel lleno de familias ponerse a practicar pasitos si el General iba a salir? Pues sí, el General emprendió la media vuelta y a paso redoblado salió por entre las puertas que dividían el restorán y la alberca, exacto, las mismas por las que los agentes del GERI tlaxcalteca nos observaron desayunar y las mismas por las que yo observé cómo los policías, sin inmutarse, pasaron casi por encima del bebé y su padre para rodear al General, pues no fuera a ser que en la zona de la alberca le fueran a dar un pelotazo.
Una vez despejado el ambiente, vinieron entre nosotros las preguntas, si así se comportan los nuevos funcionarios ¿Si ese Generalito temía un atentado cuando desayunaba, por qué ponernos en riesgo a los demás? él tiene quien lo cuide, pero ¿y a las familias –y los niños- ahí presentes? Ese grupo así uniformado, implica especialidad que es cara y nos cuesta a todos, por lo que ¿no debería estar al servicio de la sociedad y no de un temeroso servidor público? ¿no se dan cuenta esos servidores públicos que así no ayudan a su Estado y lo perjudican seriamente? ¿Cuáles son los alcances constitucionales para que la fuerza pública en funciones allane un inmueble particular, así sea un servicio abierto al público, sin mediar hechos delictivos? ¿No piensan en los niños y jóvenes a los que intimidan y hacen desarrollarse en un ambiente cuasi-palestino? Y luego echan la culpa de la violenacia mexicana a la “desintegración familiar” y al “no conocer a Dios”. Fué verdaderamente vergonzosa la escena.
Debo decir que al Jefe de la Zona Militar únicamente le acompañaba una persona vestida de militar que discretamente se sentó a leer en los sillones de la recepción.
Mis suegros, quienes vivieron en la República Democrática Alemana, me recomendaron que no me enojara, les respondí “México es un Estado democrático de Derecho”, ellos me respondieron “sí, lo mismo nos decían a nosotros hace 20 años”.
Ya lo había dicho, pero no está de más volverlo a repetir:
La Constitución Mexicana es muy clara en la distinción de dos tareas: la seguridad pública, destinada a proteger a las personas y la seguridad nacional, destinada a proteger al Estado mexicano.
El General de Tlaxcala usa a los elementos de seguridad pública destinados para proteger a los ciudadanos de esa entidad para su seguridad personal y para molestar, incomodar y amenazar. El Presidente de México usa a los elementos de seguridad nacional, es decir, los cuerpos militares del país, para legitimar un Gobierno basado en resultados electorales que fueron –y siguen siendo- cuestionados por quienes perdieron.
Sería deseable que los legisladores (va para todos) defendieran la representación que ostentan y para la que los mexicanos los elegimos. Un Presidente que actúa sin límites a su poder y sin respeto a la Constitución se convierte en un tirano. Un Funcionario que abusa de su posición no sirve y al contrario, estorba. Nuestros legisladores tienen el deber de controlarlo. Puede ser que estén más preocupados por sus cotos electorales que por su mandato constitucional, y así, quieren que los volvamos a votar.
Cada día nos queda más claro que el Presidente no ha leído la Constitución, y si además, no quiere o no puede leerla, por favor señores y señoras asesores, ustedes léanla. Recomiendo para el particular el artículo 21 y el 129, aunque sería deseable leerla toda, no es muy larga.
Para el caso de Tlaxcala, para bien y para mal, en México es todavía legal ser payaso.

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